Allá arriba donde el aire es menos denso

por Relvin E. González

“De seguro podremos capturar alguna señal suficientemente fuerte allá arriba, en aquella colina!”- le señaló Tomás a Andrés mientras se volvía hacia él, éste estando buscando no una señal, pero su propio aliento. “La colina no dejará su lugar en este desierto, más yo sí, si continúo caminando, me encontraré tocando las puertas de perla en el cielo, pues mi condición física me suplica de un merecido descanso!” – le respondió Andrés, que se apoyaba de su amigo hablándole entre altos suspiros y feroces chillidos que contaban que intentaba inhalar. “Si bien me hubiese escuchado y hubiese cuidado su cuerpo durante su vida no se le presentaría a usted, en este momento, tan difícil reto.” – Tomás entre risas comenzaba a hablar – “Y avance, que el viento acaba de calmarse y sólo tenemos una pequeña ventana de tiempo para subir la colina!”

Comenzaron a subir rápidamente por aquella colina en medio del desierto que prometía regalarles la señal que tanto anhelaban. Pronto las mochilas y equipos electrónicos pesados que llevaban empezaron a tener efecto sobre sus espaldas, en especial la de Andrés ya que, además de la mochila que llevaba colgando en su espalda, también llevaba una barriga que le colgaba frente a su cuerpo, la cual le vencía siempre en la competencia hacia la cima. Tomás no perdía su optimismo ni su grandioso coraje y, a pesar de todo el peso que llevaba, se dio a la tarea de darle el necesario empujón a su amigo para llegar a su destino ya que la prontitud de llegar parecía valer menos que la compañía que tendría al momento de pisar la meta.

Al fin tocaron la orilla de la cima. Primero subió Tomás, cayó sobre su espalda y viró su rostro para ser testigo de aquel paisaje. “¿Será que piensa ayudarme?”- dijo Andrés casi sin voz. Tomás se volvió y tiró su mochila a un lado para ayudar a su amigo, pues sabía que necesitaría ambas manos para llevar a cabo tal tarea. “Debió haber investido su dinero en algo más que su  enfermiza obsesión con los alimentos. Un entrenador personal, tal vez!” – gritaba Tomás mientras ayudaba a Andrés para que compartiese con él aquella vista. Cuando al fin Tomás pudo traer a Andrés a la cima los dos cayeron al suelo sobre sus espaldas, pero esta vez el suelo tembló por unos segundos. Permanecieron acostados sobre el destino que alguna vez se vio tan pequeño como un punto en el horizonte; poco a poco, calmando así sus respiraciones hasta que llegaron a sus ritmos normales. Se escuchó un chillido a varios pies y, al Tomás volverse para verificar de donde provenía, ambos comenzaron a reír. “Lo hemos logrado, panzón. ” – le decía Tomás a Andrés mientras aún seguían acostados y con imborrables risas en sus rostros. Y el desierto quedó arropado por las risas de dos soñadores.

¿Cómo negarme el placer?

por Edward Rivera

Por qué mentir, si sé que vendrá. Sin preámbulos, ella aparece en la esquina para tomarse un café como todos los domingos. No conozco su nombre ni tengo el valor de preguntárselo; llegué a la determinación hace un tiempo para que no me joda tanto la idea.

Sentada en la tercera mesa de izquierda a derecha y mirando hacia la calle, con un delicado ademán, pide un café. Mientras un don sesentón, con periódico en mano, se sienta junto a ella a conversar sobre el tiempo, la economía, la política y todos esos asuntos ordinarios que no conciernen a aquellos que vivimos de domingo a domingo. Ella lo mira con una sonrisa, mientras él se desvive por mantener a su público entretenido.

Desde cualquier cuarto piso hubiese sido imposible escucharla, pero no hace falta, presumo su conversación casi por epifanía o, mejor dicho, por una señal iluminadora que me llega cada semana; unos de esos dones que llegan con los años. Al marcharse por la otra esquina, siento ese frío vacío que me entristece a pesar de ser tan rutinario como la alegría de verla. De prisa corro a mi escritorio y me dedico a describir detalladamente cada una de sus acciones y sus posibles conversaciones.

Durante la semana, desesperado, me entretengo inventándole oficios atractivos. En ocasiones me desvío en lo trivial, una cajera de banco, secretaria de algún ejecutivo exitoso; enfocado en su mirada perspicaz, me aventuro en oficios artísticos, escritora, poeta o pintora. A veces solo deseo detenerme, pero una fuerza mayor me arrastra a continuar.

Pasada la semana me recuesto en el marco de la ventana observando la calle aún sin vida, esperando la chispa, ese aliento vital. Un segundo de ella basta para hacer merecedora la espera. Caminando desde el este, se presenta como estrella reivindicadora. Nuevamente se sienta en aquella mesa y pide un café. Acompañada solo por su presencia, su mirada se pierde en la gente común que camina por la calle, en la multiplicación de los carros que transitan y en la simplicidad de la vida. Terminando su café, se levanta de la silla y camina hasta la puerta… y me mira… me mira.

Nuestras miradas se cruzan por primera vez, la angustia por haber sido descubierto me aterra y, por instinto de idiota en auto-cautiverio, me lanzo al suelo. No puedo escuchar mis pensamientos, las palpitaciones de mi corazón no me lo permiten.

Estoy en el suelo unos minutos hasta que el repentino toque de la puerta me saca del trauma. Me levanto torpemente y miro hacia la calle, no la veo. Vuelvo a sentir alguien tocando, ¿será ella? Jamás había sentido tanta agitación. Tratando de mantener la compostura respondo.  Para mi sorpresa, se encuentra  un esperpento de algunos cinco pies y doscientos años. La señora, con una taza en su mano, me pregunta algo, pero entretenido ante esa imagen casi grotesca no la escucho. Me vuelve a preguntar si le podía regalar un poco de azúcar. Le contesto no sin pensarlo, cerrando la puerta detrás de mí.

La semana me la he pasado pensando en lo estúpido que he sido, me he dejado ver.  Preocupado, echo a un lado la escritura que me ha acompañado forzosamente desde el primer día. Creo que no podré volver a verla desde mi ventana, me comprometería mucho. Aunque no creo que tenga la fuerza suficiente para detenerme, tratando de desviar mi mente en otros menesteres, llega el complicado domingo. Conozco ya la hora, pero me mantengo en cama. La ansiedad me abate deseando poder apreciarla una vez más. Decidido, me levanto y pienso en bajar a conocerla, pero antes voy a verla desde mi ventana.

Se encontraba allí, pero acompañada de algún tipo. Algo no estaba bien. Observo su mano tocando la suya, lo miraba no como había mirado al don ni como miraba a la gente pasar, sino casi como yo a ella.

Siento una furia sacudir mi cuerpo como el viento hace con la hojarasca. Un llamado a desahogarme me incita a escribir, juro que no le deseo mal pero ya no puedo aguantar. Una mezcolanza de quebranto y miedo presiona mi pecho al acercarme a mi escritorio y ver aquella hoja en blanco.

Las palabras aún no escritas parecen arrastrarse en mi cabeza hacia la hoja con deseos de ser. Cuando mi alma toma el lápiz lanza una descarga de melancolía que golpea el suelo haciendo temblar mis fuerzas mostrándome que soy la marioneta de aquella que desayuna con la soledad y se abriga con la desdicha; me recuerda que soy la única razón de su decadencia. No hay sonrisas frente a ella, porque la llevo aborrecidamente tatuada en ese fino tejido entre la vida y la muerte, donde secretamente descansa mi Dios en silencio.

Encerrado en aquel cuarto, las paredes se hacen translucidas. Las luces atraviesan el espacio en una sinfonía lumínica que desea tomar forma como todos los domingos. Un aire oscuro se respiraba mientras se mostraba aquella imagen catastrófica que con un aire de melancolía me atrevo a redactar y, en unos segundos, se presenta aquel fuerte ruido del penoso accidente en el Café. Observando los trazos perder su forma en el cielo raso, me recuesto en la cama y pienso, ¿cómo negarme el placer de escribir?

Enero rojo

por Edward Rivera

Sólo el Sr. Adler, un hombre introvertido al que su curiosidad lo llevaba a tener una mente ingeniosa, tenía esa sangre de investigador que necesitaba mi comandancia en Nitra. Era un ser sin presencia —si tuviera que describirlo de alguna manera—, pero poseía esta única habilidad para estudiar un crimen: entendía la complejidad psicológica de la personalidad de un infractor, de la víctima y sobre todo, el contorno en el que sucedía. Cada mañana en el departamento leía los casos, mas nunca encontré un reto para su intelecto hasta la mañana del primer crimen. Fue una pena que fuera el culpable de los terribles crímenes del tal conocido Enero Rojo en Nitra.

Era una mañana de enero cuando recibimos la noticia del asesinato de un profesor de historia de la Universidad Constantino el Filósofo. En ese momento, me encontraba en las frías afueras de un café a dos cuadras de la calle Nová, donde ocurrió el incidente. De inmediato, hice una llamada a la comandancia y envié a mis tres mejores investigadores: los señores Ebehartd, Ehrlichmann y Adler. El trío creaba al detective perfecto, Adler, por supuesto, la inteligencia; Ebehartd y Ehrlichmann, lo que faltara —como Holmes y Watson—. Al llegar a la escena, en la casa, y abrir la puerta, una inmensa ola de calor de la calefacción abatió sus rostros. Al seguir adelante, se encontraron con el cuerpo desnudo de Adalbert Baer colgado por distintas partes de su cuerpo al techo de la sala de su casa y un charco de sangre en la alfombra.

Según el reporte exhaustivo que el Sr. Adler me presentó, se determinó que el hombre murió desangrado por la cantidad de sangre que se encontró en el suelo y por los siete cortes que poseía. El cuerpo no mostraba ningún otro signo de violencia y había sido colgado antes de recibir los cortes. El estudio de Sr. Adler mostraba los cortes en la venas porta, cava superior e inferior, femoral, pulmonar, yugular y coronaria. En la escena no se hallaron huellas ni ningún objeto que pudiera de alguna forma delatar la identidad del victimario. En la última página del reporte, hizo referencia a todas aquellas pertenencias de la casa de la víctima que podrían ayudar al esclarecimiento del crimen. En ella se encontraban distintos libros de historia acerca de las tribus célticas, las cruzadas, unas investigaciones acerca de la localidad de Hallstatt y una túnica blanca. Al recibir estas cuatro hojas del reporte le pregunté de inmediato si creía que la esposa de Adalbert Baer, la persona más cercana a él, es la culpable de tan sanguinaria acción.

—Definitivamente no— me dijo. — La esposa no tiene nada que ver con el crimen. Primeramente, porque tiene una coartada: ella se encontraba en Trnava con su hermana y segundo, le es imposible a una mujer de su tamaño colgar un cuerpo de esa forma sin ayuda y cuidar los detalles del homicidio. Con todo el respeto que usted se merece, Comandante Richter, estamos frente a la obra artística y sanguinaria de un genio y le aseguro que para mañana a la misma hora tendremos nuestro próximo cadáver—. Terminando con estas palabras el Sr. Adler se levantó de mi escritorio en silencio y se marchó dejando ese efecto curioso y pavoroso en el ambiente. Nunca dudé que salió a continuar sus investigaciones en el caso.

Tal como lo había pronosticado el Sr. Adler, recibimos la llamada de emergencia el siguiente día. Yo no había llegado a la comandancia, cuando el trío dinámico se dirigía al lugar de los hechos, un museo en la calle Farská. Me bastó con ver el rostro de emoción del Sr. Adler para saber que era otro caso relacionado al anterior. El Sr. Adler me entregó el informe y decidió mostrarme los hechos. Me explicó que Bernhard Richmond murió desangrado al ser clavadas sus muñecas y sus pies a un tronco de roble, creando así una crucifixión. Todo ocurrió en el caluroso sótano del museo de arte, Nitrianska Galéria, en donde trabajaba Bernhard. Por otro lado, me reveló que Bernhard era un hombre bastante misterioso, según los compañeros de trabajo y que no se le conocían enemigos ni amigos. En su apartamento se halló una túnica blanca —guardando evidente relación con el pasado crimen—, algunas hojas acerca de rituales paganos y entre ellas, una nota con tres fechas y lugares, al parecer rendevous para su extraño grupo.

Ante los últimos hechos pensé que alguien desea terminar con estos personajes de túnica blanca. Al desconocer la razón, me acerqué al Sr. Adler, quien siempre lograba hallar la pieza faltante del rompecabezas.

— ¿De qué son las túnicas blancas? —le pregunté esperando una respuesta inteligente de su parte.
—Las túnicas blancas representan, por sí solas, sabiduría y a lo largo de la historia han sido utilizadas por personas que dicen poseer algún conocimiento, pero en este caso y por los libros que encontramos en la casa de Adalbert, estamos frente a túnicas de sacerdotes druidas, pertenecientes a tribus célticas que hace miles de años habitaron esta región—.
—Interesante… ¿Crees que estamos frente a un grupo religioso que está tratando de matar a otro de sacerdotes druidas?—
—Había pensado en eso… —Se mantuvo en silencio por un minuto—. Más bien, creo que no, eso sería muy fácil. Pienso que quizás debemos estudiar más a fondo estos casos.

Aunque dudaba de la respuesta del Sr. Adler, no la saqué de mi mente, pues como bien conocía, siempre se encontraba un paso adelante en las investigaciones.

—Debemos continuar investigando y esperar: es lo mejor— Terminó su conversación y regresó nuevamente a sus papeles en el escritorio.

En los próximos días no recibimos ninguna llamada ni ningún tipo de aviso de algún acto relacionado a las pasadas dos muertes. El Sr. Adler continuaba sus investigaciones y noté, desde la ventana de mi oficina, la costumbre del Sr. Adler de escribir en una libreta. Entonces, un día traté de acercarme para ver si, de alguna forma, lograba tener mejor relación con él para entender un poco su mente maestra y su estrategia. Como señal de amistad y como costumbre policial le llevé una caja de donas glaseadas.

—Bueno…, muy afanado escribiendo, ¿no?— le dije, mientras me sentaba en una silla frente a su escritorio y ponía la caja encima de esta, provocando que me revelara lo que escribe.
—Gracias por las donas…y sí. Es que he comenzado a escribir una especie de cuento inspirado en las dos muertes — me contesta el Sr. Adler muy entusiasmado.
—No sabía que escribías—le respondí sorprendido.
—Sí, desde hace tiempo como un pasatiempo — continuó regresando a su libreta.

Aunque resulta un poco extraño, sin duda pensé que la redacción creativa le ayudaría a esclarecer y a organizar los detalles de los asesinatos, así que decidí dejarlo a solas con su trabajo. Me atrevo ciertamente a decir que jamás lo había visto de esta forma. En sus ojos podía ver esa luz de fascinación que no había hallado en mil crímenes, pero que en solo dos se presentaba como el éxtasis de la noche. Me agradaba tanto ver ese sentimiento que poseía, que de alguna manera me alegraron las últimas sangrientas muertes. Además, que se respiraba por fin ese aire detectivesco en la comandancia; todos en la ciudad, por primera vez, tenían los ojos puestos en nuestras investigaciones.

Esa misma noche luego de la jornada habitual, no logré concebir el sueño. Una curiosidad abatía mi pensamiento: la de leer la libreta del Sr. Adler. Marcaba las nueve y media el reloj de pared cuando me regresé a la comandancia. Entré sigilosamente prestando atención a los pocos oficiales para pasar inadvertido por los corredores. Al encontrarme al frente de su escritorio, abrí cada gaveta hasta hallar la deseada libreta. Me sorprendió encontrar la misma calidad de destreza detectivesca en la escritura. Era uno de los pocos con el don de no solo contar hechos, sino en ellos, mejorar la realidad.

El escrito comienza con la muerte de las dos víctimas y con todos sus detalles. Me atreví a decir que la descripción es mucho mejor que el informe entregado, al punto de lograr habitarme en esa atmósfera criminalista, en la que secretamente estuve. Sin embargo, la narración no se limita a esas dos muertes, sino a una tercera muerte, cinco días luego de la última. En este caso, un sacerdote católico perteneciente a la Orden de Malta, crucificado boca abajo en su misma iglesia. Al parecer resulta ser una guerra secreta entre los sacerdotes druidas y la Orden de Malta.

Por otro lado, encontré que el detective llamado Hernán , con características muy cercanas al Sr. Adler, descubre que no existe realmente una guerra secreta, sino más bien un asesino en serie que juega con las mentes de los oficiales. Además que las muertes son en orden alfabético griego donde:

A alfa – primer día -Adalbert
B Beta- segundo día – Bernhard
Γ Gamma- Séptimo día – séptima (G) y la tercera(C) del alfabeto común – Ganá (Sacerdote católico asesinado)

Estos últimos detalles son lo último que pude leer del escrito. Ahora más tranquilo me retiré a mi casa a descansar.
En los tres días siguientes, los estudios demostraron que en la sangre de ambos existía una cantidad peligrosa de ácido acetilsalicílico, lo que ocasionó que las víctimas se mantuvieran sedadas y que sufrieran un rápido sangrado. Además, que los cortes fueron realizados con un bisturí. Cada estudio demostraba más relación entre las víctimas y un posible victimario, pero todavía no se había hallado ninguna forma de identificar el infractor.

En el siguiente día, seis días después del primer asesinato, apareció muerto un sacerdote de una orden católica. El Sr. Adler fue a estudiar el caso, pero en esta ocasión yo lo acompañé. Me encontré con la sangrienta escena en una catedral, dónde el padre Gabriel se encontraba crucificado invertidamente y desangrado como todo los pasados casos. Alrededor del padre, se encontraron —sin exagerar —unas quinientas velas encendidas rodeando la sangre de su figura y provocando nuevamente un calor infernal en el lugar. Si no fuese porque yo mismo había leído el escrito del Sr. Adler, habría jurado que existía una guerra religiosa en Nitra. Sin ni siquiera yo haber dicho ninguna palabra, el Sr. Adler me confirmó lo sucedido aclarando que él había imaginado una escena como esta, para propósito de confundirnos. No tuvo que observar demasiado la escena para retirarse a buscar objetos personales de la víctima relacionado al caso. Pudo encontrar una túnica blanca con bordes negros y con una cruz de ocho puntas en el centro, perteneciente a la Orden de Malta.

Al llegar a la comandancia, el Sr. Adler me mostró sus razones para decir que se trata del mismo asesino por la relación con el alfabeto griego. Además me comentan, que el asesino está jugando con la comandancia, con él y que todos los casos previos han sido una invitación al juego. Por alguna razón, no me sorprendió lo comentado ni la similitud de los hechos con la libreta del Sr. Adler. Esperaba que esto sucediera, así que esa noche regresé a leer nuevamente por última vez la libreta del Sr. Adler; descubrí que otra muerte nos levantaría la siguiente mañana. Sin decir nada, me marché de la comandancia a trabajar en el caso del siguiente día.

Sin ser una sorpresa, recibimos la llamada de emergencia de la Capilla de San Juan al oeste de Nitra en Bratislava. No fue necesario ir, sabía que me iba encontrar con la misma escena del sacerdote católico en ese lugar. Ya pasada la tarde regresó el Sr. Adler a presentarme su informe como de costumbre. En cambio, se respiraba un aire de ansiedad, ambos nos mirábamos fijamente a los ojos para abatirnos en un duelo, pero ninguno movió un solo dedo. Pensar que se encontraba frente a frente la ley con el delincuente era aterrador. Sin embargo, el Sr. Adler se retiró sin decir una sola palabra, ambos sabíamos que se acercaba el fin de uno de nosotros, sólo había que continuar jugando para ver quién vencía.

En el reporte, se encontraba el nombre de Dmitri, un sacerdote de tan solo veinticuatro años, crucificado invertidamente. La letra D de Dmitri, concordaba perfectamente con la cuarta letra del alfabeto griego Δ delta. El resto del informe era con algunas variantes igual al pasado. El señor Dmitri también había jurado los votos de la Orden de Malta, o La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta.

Esa noche llamé a los señores Ebehartd y Ehrlichmann rompiendo la costumbre de jugar solo los dos: el Sr. Adler y yo. Primeramente, les advertí del Sr. Adler, de su libreta y lo que había podido alcanzar a leer de ella. Entonces, los señores y yo fuimos con intención leer nuevamente la libreta pero no la hallamos. Debido a que la próxima letra del abecedario griego era E épsilon y el próximo muerto, un detective, decidimos hacerle una trampa al Sr. Adler, pues seguramente uno de sus compañeros sería la víctima.

Según lo planeado, cada oficial iría a su casa mientras yo me mantenía en la calle esperando alguna señal de los dos. Di la orden de que al más sencillo ruido que escucharan en sus hogares nos informaran rápidamente a mí y al otro oficial. Estaba en la calle cuando recibí la llamada de Ehrlichmann y como me encontraba en el lugar, llamé rápidamente a Ebehartd quien no dudó en comparecer rápidamente. En tan solo unos minutos llegó al lugar, cuando estaba a unos metros de reunirme con él, un tiro fulminó su vida. Al otro extremo de la calle se encontraba el Sr. Adler con su nueve milímetros, observando sin sorprenderse lo que sucedía. El Sr. Ehrlichmann salió de su casa; con rapidez levantó su arma hacia el Sr. Adler y le pidió que bajara la suya, orden que no siguió.

—Al parecer, usted me ganó ese juego— me gritó el Sr. Adler desde la otra esquina con el arma del Sr. Ehrlichmann en su cabeza.

Me acerqué tan rápido como pude y lo fulminé con dos disparos en el cuerpo sin dejarle hablar.

—Por el Sr. Ebehartd…, un excelente oficial — dije, mientras veía su cuerpo baleado en el suelo.
—Pero Comandante, ¿qué ha hecho? —me preguntó consternado el Sr. Ehrlichmann.
—No podía permitir que fuera preso felizmente con todo lo sucedido. Por favor, te pido discreción con todo esto. Voy a declarar que fue en defensa propia—.

En una hora se encontraban ya fiscalía y la comandancia en el lugar. Todos se encontraban muy sorprendidos con todo lo que sucedía, mientras que el Sr. Ehrlichmann me agradecía por haberle salvado su vida, que también estuvo en peligro esa noche. Los periódicos sensacionalistas anunciaban el fin del Enero Rojo de Nitra, que marcaría el final de una historia oscura de un asesino en serie en la región. Por la forma en la que sucedieron los hechos, se tomó nuestro relato como única prueba y no se hicieron otras para comprobar la veracidad de estas declaraciones.

A la seis de la mañana aún despierto, me encontraba como detective estudiando la casa del Sr. Adler para cerrar la investigación. En ella no encontré nada relevante que pudriera relacionarse con las muertes. Debajo de su cama hallé la libreta y me dedique a leer el fin de su escrito.

A la una de la mañana se encontraba el comandante listo para su último asesinato, un oficial de su comandancia. En este momento, él conocía que ya no tenía forma de escapar. Había seguido todos los detalles de mi presunta libreta que sólo era la trampa para atraparlo, y lo sabía. Para su último delito, yo estaba seguro que él iba a advertir a los oficiales de mi persona, para así poder cometer el asesinato. Primeramente, el comandante provocaría que el Sr. Ehrlichmann alertase al otro oficial y a la comandancia de mi  presencia en el lugar y luego entraría a asesinarlo de un solo tiro en la cabeza.

Pero yo bien sabía, que el comandante nunca contaba que yo presentía de su plan y llegaría a arrestarlo probando con un examen de balística que la arma disparada era la suya y no la mía.

Me detuve de leer la libreta arrancando y quemando la única evidencia. A pesar que no pudo darse cuenta quién sería la víctima y la intención de matarlo al momento, no puedo negar que la inteligencia del Sr. Adler era majestuosa. Espero ansiosamente, que en la nueva generación de detectives que llegue a la comandancia exista alguien con quien pueda jugar una vez más.

Errores que matan

por Edward Rivera

Aún el sol no se trepaba, pero ya el calor se sentía cuando entré como todas las mañanas al Café Asturias. En la puerta, la palabra jale, en vez de hale, error que cuestionaba diariamente a la bellísima mesera. Antes de pedir el café para comenzar a leer el periódico, estudié con cuidado cada palabra en el menú. Sin importar que las anotara en mi lista de comentarios entregados al café, palabras sin acento, como día en “Menú del dia”, continuaban saltando de la carta atacando mi vicioso oficio de profesor de literatura. A pesar de esto, era una mañana fresca con mucha brisa y mi mirada se escapaba, de manera muy seguida, siguiendo las piernas de la mesera mientras deseaba que algún objeto se le cayera para verla bajarse con esa falda. Así eran mis mañanas en el café de este pequeño barrio violador de ortografía.

Alejando la mirada de sus piernas abrí el periódico y comencé a leer. Había una noticia que presentaba  la muerte de un hombre apuñaleado ayer en un café. Leyéndola con cuidado, y maniático al fin, me di cuenta de algunos errores en la página. Utilizaban la palabra café sin acento y los guiones, en unos diálogos de una jovencita testigo. En la fecha del crimen se mencionaba el día de hoy. Sentía ansias de enviarle una carta al editor por tan baja calidad en la redacción cuando sentí el frío de un dolor afilado entrando en mi espalda. Al parecer, los periódicos estaban al día.

Génesis

por Iliaris Alejandra Avilés-Ortiz

¿Cómo crearte? ¿Cómo crearte, ser que no has llegado? ¡Cuánto me gustaría imaginarte y pintar tu contorno con mis labios! Ser desconocido, no conozco tu nombre. ¡No lo conozco! Pero te busco, cada día te busco, te pienso y me atormentas. Debo crearte, ¡crearte! Soy la razón de tu existencia y, por lo tanto, soy tu diosa. Soy tu dueña y estás buscándome. Febrilmente imagino lo desesperado que estás buscando un consuelo sin saber que yo estoy aquí creándote, buscándote. Escribo tu destino porque lo sé, porque lo siento. Te creo, te pienso, te deseo. Con sólo desearte te hago parte de mi voluntad, te creo, te hago ser parte de mi existencia porque existes conmigo.

Me estás buscando. Estás solo, lejos de aquí, lejos de mí que soy tu razón y tu creadora. En mi mente apareces como una niebla, aún tu ser, tu rostro no se condensa ni toma vida total. Ahora mismo no tienes forma, eres una idea, una nube, un recuerdo, una sombra, un deseo, una posibilidad. Eres mi voluntad y TIENES que existir porque yo te creo y yo te reclamo, tú eres mi creación; mi creación para mí. El amor puede tener desesperadas voluntades, pero yo te creo, te saco del mundo de las posibilidades posibles y te hago mío. Sí, estás solo, solo allí y yo sola aquí creándote, deleitándome con tu mirada perdida, con tus ojos puestos en esa ciudad.

Estás solo sin poder dormir, esperándome, sabes que me necesitas pero no me encuentras pues recién te estoy creando. Acabas de ser herido casi mortalmente por una víbora.  Sí, amaste, en tu ser está la pasión, el deseo de amar más allá. Estás lejos de aquí y tomando forma, pues pronto me crearás a mí y seremos uno para el otro. Seremos sueño mutuo de mil amaneceres, seremos esperanza infinita, calidez única. Consuelo, mi consuelo, estás solo en una habitación pensando, pensando en esa “ella” que todavía no conoces. Estoy segura que seremos parte de la noble historia, porque yo creo y te estoy creando, porque solo quiero crear cosas buenas.

Soy tu deidad, piensa en mí, dirígete a mí. Te doy libertad, te la doy para que me busques, te doy libertad para que a tu forma cures mis heridas. Te doy misterio para que me conquistes, te doy fuerza para llegar hasta donde mi, te doy sensibilidad para que me ames, para que me idolatres, para que me hagas tu musa. Te doy el espíritu para que seas mi compañero de viaje, te doy sabiduría para que me cargues. Te creo, te creo y te quiero. Te quiero, pero no te crearé perfecto para así poder amarte. Te doy vida para que me la regales, te doy lágrimas para que las enmarques en oro, te doy libros para que me hables, te doy música para que me sientas. Te doy convicción para que me conquistes, te doy fuerza para que me llames.

Entiéndeme, eres mi mejor creación, te busco mi vida, eres mi creación perdida. Tu rostro aparece confuso con rostros pasados, con ideas y sentimientos. Pensar en ti, me trae desconsuelo, Creación existe, te lo ruego. Poco a poco tu imagen se va haciendo más clara y poco a poco me veo en el pozo misterioso de tus pupilas claras. Me deleito con esa boca fina y callada, lanzo besos al aire deseando que los alcances y salgas de esa tristeza. Tu pelo, tu pelo color miel revuelto dando gracia a tu pálido rostro. Lágrimas, lágrimas en tus ojos porque no me encuentras. Nos separan mares y cientos de estrellas. No sé tu nombre, pero te pido que me visites esta noche, en esta noche de sueños. Confórtame con tu presencia, te lo ordeno.

¡Existe!, que con cada aliento y minuto te doy vida. Memoria de futuros, estás lejos, en otra tierra quizás, sintiéndote solo, creándome, esperándome, bañándote en deseos. Te amo mi vida, te amo y te espero. Espera, espera que pronto te veo, te veré mi creación predilecta. Estás en tu palacio de cristal, en el frío del otoño esperándome a luz de velas. Lloras mi cariño, lloras porque alguien te olvidó, lloras porque no estoy allí contigo. Te levantas y abandonas tu cama y del armario tomas un violín que perpetuará nuestros cantos, nuestros reclamos de noches de soledad. Cierras los ojos y me ves, me ves y me sientes, pero estoy muy lejos alcánzame vestida de blanco, con ese velo rojizo que tanto los dos amamos.

Contémplame, mírame, que pronto llegaré a pasar tardes junto a ti en el frío de la soledad. Seremos fieles al compromiso y a la aventura que la vida nos ofrecerá, ese viaje será perpetuo hasta la eternidad. Lucharás, lucharás por mí. Te he creado poco a poco, dibujando con mis besos tu rostro, tus caricias. Con cada lágrima derramada te doy la vida. Llega, llega, llega que tú eres mi redentor y yo soy tu sacerdotisa. Llega, llega regalo más grande, felicidad mía. Este sólo es el Génesis, el génesis de tu alma y la mía.

La Juana

por Vibeke L. Betances Lacourt

Puntual  y sin fallar a las 7:30 de la mañana, en las escaleras. La Juana llegaba siempre a la escuela media hora más temprano para ver a Tito. Las oscuras escaleras atrapadas por el pasillo, llenas del sucio acumulado por los días y los zapatos que las pisaban, eran las grandes confidentes de sus escenas de amor matutino. Al sonar el timbre, la Juana, se arreglaba apresuradamente la camisa tres tallas más pequeñas para volverla a meter dentro de la estrujada falda de algodón.  Mientras se acomodaba el moño desgreñado y se limpiaba el pintalabios rojobaratopasión, que luego de los estrujones había terminado siendo pintacaras rojobaratochismoso, le preguntaba a Tito ”mi amor, ¿tú me amas?” a lo que él le respondía ”Baby, claro que sí.” Entonces, con los ojos brillantes y un tierno cosquilleo en el cuerpo, la Juana se marchaba a la clase repitiendo ”me ama; definitivamente me ama.”  Acto seguido, Tito, como siempre, viraba en la esquina de la escalera y le daba el beso de bienvenida a su novia que puntal llegaba justo a las 8:00.

No sabía quién era por andar siempre sola

por Ciomary Rodríguez Lebrón

¿Me queda bien este vestido negro? – dijo frente al espejo. Porque hoy salgo con mi hermana de fiesta como todos los viernes. ¡Disfrutamos mucho juntas!, ves que bello nos queda el negro hermanita. Claro, nos vemos hermosas,  somos como dos gotas de agua, como las dos patas de una mesa, como un par de zapatos, como unos aretes. La naturaleza es tan perfecta y nosotras tan idénticas. Ahora una lágrima corre sobre mi mejilla; estoy muy feliz porque mi hermana saldrá conmigo. Estoy gozando mucho, nuestra cama parece una pista de baile y nuestra cómoda una barra lujosa; este espejo tan limpio e impecable está a la perfección.

Jamás había disfrutado tanto entre cuatro paredes. ¿Y por qué te vas tan temprano hermanita? Todavía no debemos regresar. ¡Estamos disfrutando! o ¿tú ya no quieres estar más conmigo? Oh, ya sé, te quieres ir con tus amigas, esas que te mal influencian. ¡No puedes estar con ellas, te hacen daño, mucho daño, ellas no son buenas y no son buena compañía para ti y jamás lo serán!, ¡NOOOOOOOO! ¿Por qué nunca me haces caso?, este sentimiento de impotencia me consume. Pero esta vez no me quedaré sin hacer nada como siempre. Voy a llamar a esas malvadas que quieren mal influenciar a mi hermana, sí eso haré, porque lo único que le tienen es envidia; es tan bella, tan buena y tan perfecta, que no puede estar con ellas, lo único que quieren es arruinarle su vida.

¡Ay! hermana al fin llegas, ya iba a llamar a esas amigas tuyas que realmente no lo son, y lo que quieren es destruirme. Ahora me quitaré este vestido negro y todo este maquillaje para acostarme a tu lado.

Ve, Doctor, dígame qué puedo hacer con mi hija, la pérdida de una ya es suficiente y no quiero perder la única que me queda.

Roca de Poseidón

por Elmer Alexis Zapata

Gotas, gotas filtradas en la roca, brillantes y saladas, provenientes de aguas turbias. Arrastrando sentimientos cargados de recuerdos, aprendiendo de lo malo quedándose lo bueno, van cayendo sobre el suelo formando estalagmitas a la vez que socava en una pepita, roca lunar extraña y especial. Mi piedra lunar, arrojada desde un Olimpo hasta esta caverna en el mar, obligada a descansar hasta que una diosa la vuelva a encontrar. Estalagmitas tan grandes como las bestias prehistóricas del mar, van creciendo, alcanzando un techo enmarañado de ideas, dándole soporte a la descomunal masa que amenaza con caer sobre el diamante en bruto, insinuando desmaterializarlo. Protegen la roca como fiera salvaje, protege su cría recién nacida. Una nueva estrella nacida en lo más recóndito de este universo, traída a la Tierra para ser entrenada en el arte de la vida, con una misión, con tanto poder que podría cambiar hacia donde mañana la Tierra rotara. Ahora, habrá que ver qué logrará…

Soy lo que fuimos

por Lovelia Octaviani Morales

“y cuando tardas en venir,

mi cama es una cama de hospital…”

Joaquín Sabina y Fito Páez

Ésto va a funcionar.

Al menos éso me dijo antes de salir, el viejo canoso que me canso de ver no bien entrando.  Tiene esta única cara deforme, de fróid o de fraude, da igual.  Se jacta de decir que me reta llamándome de mil maneras para saber a cuál de los nombres respondo.  Que si Liza, que si Ana y yo sísísííísssííííí.  Le sigo el juego para que me suelte, ¡si acaba desesperándome!

Súper hastiada y sin entender nada, salgo como resorte del asiento reclinable (que parece más cama de hospital por los particulares barrotes que cubren la pequeña persianita).

Anyways.

Al final de la rabieta siempre termino haciéndole caso.  Así que me cuento para contarles lo que hago antes y después con mi vida.  Después de todo, sigo respirando con el otro pulmón y escribiéndoles con las sobras de una tal materia, que para ser gris está bastante blanca.  Bah, para qué mentir, la verdad…casi ni existe.  Totalmente incolora.

A veeeeer.  De vuelta al relato que me prometí y te prometí y le prometí y les prometí.

Una promesa que quiero cumplir y también deber.

Quedamos de ir a la playa hoy.  Ayer él estuvo muy insistente, y como su promesa de cobijarme en el hoyo de un cráter, en un hueco con visera y en el lado oscuro de la luna fue bastante convincente, pues acepté emocionadísima.  Obvio.  Era una oferta tentadora por el gusto que le tengo al susto, a la pérdida momentánea de control.  Me imaginaba con la adrenalina rebelde intimidando los granos de arena, reviviendo las aguas muertas o convertida en rocío salpicando las circunvoluciones de esos ojos tiernos y grisáceos que me miran de reojo, aún estando cerrados.

Ante él, era otra como yo.  Y aunque me daba pánico pensar en lo escurridizo del vuelo propuesto, me encantaba la idea de depender de una cuerda que iría de mi cuello hasta su pecho, y el aliciente de la gravedad tirando para cualquier lado (o a ninguno, que es lo mismo).

Qué delirio.

Recorreríamos el espacio faltos de aire por tantos giros, tratando de esquivar cometas y el brillo de las estrellas.  Igual separados, a la vez unidos.  Pero sobre todo, seríamos seres azules como la inmensidad del mar.  Qué fascinante.

Ay, si la idea me parecía irresistible.  ¿Y a quién no?  Yo no estoy loca.

Con semejante aventura y convencida de que el despegue al final revelaría detalles sorprendentes, preparé de inmediato la canasta con tres sugerencias básicas para nuestra sobrevivencia.  Según él, una botella, un papel y un lápiz de colorear color rosa chillón.  Por mi cuenta, añadí un sacapuntas.  Shhhh.  No se lo digan ni a sus mejores amigos y menos a él.  Total, si estás leyendo ésto quiere decir que él no está y yo tampoco.

Bueno sigo.

La cuestión es que quise música y me dijo que entre el arranque y el conteo, las olas eran suficientes para viajar y sonar.  Coño, qué ambient me salió el tipo éste.  Le mencioné de llevar algo para comer y terminó burlándose de mi pequeño desliz en cuanto a lógica se refiere.  Luego de dos minutos de carcajadas amplificó el volumen recordándome que compartíamos la misma boca.  ¡Nada más cerca de la verdad!  Doble golpe a mi presunción por el sano juicio y la naturalidad con la que entiendo la simpleza de las cosas.  Así que, aparte de olvidarme de su existencia y el exceso de consideraciones no habituales en mí, nuestra primera cita fue un éxito.

Bebimos.  Me dejó anclada entre los manglares espigados y frondosos (en ese tiempo) de nuestro cayo paradisíaco.

¿Les conté que ya llevamos dos meses juntos, aunque lo conozco desde los cinco años?

Me costaba deshacerme de él.  No hubo vidrio fragmentado que lograra lastimarlo y sin goma, ahora no lo puedo borrar.

Un estudio analítico del homo sapiens portoricensis

Por Arnaldo J. Rodríguez González

Dr. Alfonso G. Cuevillas, Ph.D

Ministerio de Ciencias e Innovación de España

Centro de Curiosidades Científicas de la Coruña

Departamento de Antropología y Arqueología

La Coruña, Galicia, España

28 de abril del 2241

_________________________________________________________________

Durante un periodo de estudio de aproximadamente 7 meses, he logrado analizar con serena calidad los patrones de comportamiento del elusivo homo sapiens portoricensis. La extracción temporal del sujeto experimental fue fácil; usando el método tradicional, hemos traído a dos indígenas del siglo 23 a nuestro laboratorio en La Coruña. Nuestros superiores, por asunto de fondos monetarios, solo nos permitían el estudio de uno; convenientemente, uno de los candidatos tiroteó al otro en menos de 5 minutos, como es costumbre de estas especies indígenas.

Durante el primer mes fue difícil mantener el sujeto bajo control; pero descubrimos que marionetas de mujeres cuarentonas calman al sujeto en cantidad. (Creemos que estas figuras son veneradas como ídolos en el ambiente natural del portoricensis, pero no hemos podido confirmar esta aseveración.) Irrelevantemente, durante este periodo hemos podido hacer varias aseveraciones sobre la cultura indígena de su isla de procedencia y he enumerado estas observaciones para mayor claridad científica.

1) Su sistema de deidades es centrado en la comida; la figura del arroz parece ser la deidad del caos, ya que el sujeto lo menciona como en un sollozo a los dioses al ver algún tipo de desorden. Frases incluyen “arroz con culo, arroz con pulpo, arroz con pinga, arroz con meollo, arroz con jueyes, arroz con mierda” entre otros.

2) Su método de orar parece ser basado en la defecación; el sujeto, puesto en adversidad, gritaba frases como “Me cago en la mierda, me cago en nada, me cago en la madre” entre otros. Importante notar la inutilidad de estas acciones, ya que el afamado estudio espacial del Dr. Borges del año pasado probó, sin razón a duda, que es imposible cagarse en nada. (Que descanse en paz.)

3) Las tribus puertorriqueñas parecen tener facciones políticas sumamente fragmentadas; el sujeto menciono por lo menos cientos de figuras políticas como El Príncipe, El Rey de Los Reyes, El Jefe del Bloque, El Fenómeno, El “Whiz Kid” y “The Big Boss”.

4) Como otras tribus estudiadas en las áreas sureñas de Latinoamérica, aparentan poseer varias especies de yerbas medicinales con interesantes propiedades. El sujeto mencionó una planta en particular con propiedades increíbles y tres de nuestros biólogos más acreditados fueron despachados a la isla de inmediato en búsqueda del mencionado “palo de tetas”.

5) El sujeto, después del segundo mes, empezó a sufrir de una enfermedad que aparentemente arropa la isla en estos momentos. Varias de nuestras enfermeras examinaron al sujeto para determinar la raíz de esta “bellacrisis”, pero el sujeto se mejoró rápidamente después de la examinación. Para mi alegría, no había visto a nuestras enfermeras tan felices y envueltas en una investigación desde el estudio de medicina vibracional del Dr. Zapatero en el ’34.

Nuestro objetivo era estudiar el sujeto por un año, pero después del séptimo mes el sujeto paró de responder a estímulos externos. Se volvió catatónico, solo repitiendo constantemente la frase “Rompe la playa, con tu bikini-mini”. Podría ser algún tipo de mantra religioso, similar al de los recién estudiados “monjes budines” del Lejano Oriente; pero es imposible concluir de seguro.

En fin, espero que las conclusiones de este estudio les sean útil; aquí en el Centro de Curiosidades Científicas nos enorgullecemos de nuestro firme agarre de la verdad, y solo podemos esperar continuar nuestras investigaciones al ritmo que mantenemos ahora. Nuestros biólogos despachados ya comunican estar en contacto con un clan en la isla, considerando sus reportes de estar “en casa del Carajo”. Solo podemos esperar que el tal Carajo los pueda guiar bien a través de la región; las junglas latinoamericanas son famosamente peligrosas, y no queremos que se repita el incidente del Dr. Noriega durante su estudio de las propiedades de las lágrimas de cocodrilo.

Sinceramente,

Dr. Alfonso G. Cuevillas, Ph.D.

El Vicio del Tintero @ Abril 19, 2012